Recibía a sus invitados recostada en el diván
Ya fuera mediante su compromiso político o su valentía personal, las mujeres de la Era Moderna Vienesa pusieron por primera vez sobre la mesa el tema de la emancipación. Echemos un vistazo a las mujeres fuertes del fin de siècle.
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Hasta el siglo XIX las tareas de las mujeres estaban claramente definidas y orientadas a servicios en el seno de la familia. La formación de las mujeres no debía sobrepasar el uso doméstico de una conversación de tarde. Sin embargo, las mujeres del siglo XIX trabajaban ya fuera del ambiente familiar, aunque no recibieran el reconocimiento de la sociedad. Eran artesanas, maestras de escuela, enfermeras o (como la figura femenina de Schnitzler, la “chica mona de los dedos heridos por las agujas”) trabajaban en las fábricas de la creciente metrópoli. Había un abismo entre lo que se vivía y lo que se percibía.
“El papel de la mujer era un constructo que no tenía nada que ver con la realidad“, opina la historiadora Gabriella Hauch de la Universidad de Viena. “Este modelo se convirtió en un paradigma protegido por las leyes. En realidad, la vida de las mujeres presentaba una gran diversidad. Esto incluye tanto a la jornalera analfabeta como a la trabajadora de la fábrica ya segura de sí misma o a las huestes de criadas. Por otra parte estaban las esposas e hijas de la burguesía bienestante o de la nobleza. Si para unas el trabajo remunerado era una necesidad condenable, para las otras era una meta a la que aspiraban.” Visto así, las mujeres tenían buenos motivos para sublevarse y ya era hora de que esto sucediera.
Elevar la voz
Los derechos fueron reclamados con gritos clamorosos. A este respecto son dignas de especial mención dos mujeres: las feministas Marie Lang (1858-1934) y Rosa Mayreder (1858-1938), ambas procedentes de un ambiente burgués bienestante. Lang destacó como oradora enérgica y elocuente y fue una de las fundadoras de la Asociación General de Mujeres de Austria, cuyas metas principales eran el sufragio universal y la igualdad de derechos para ambos sexos. Mayreder, luchadora incansable contra la discriminación y la doble moral, fue inmortalizada en los antiguos billetes de banco de 500 chelines.
La salonnière
Ya se tratara de ambiciones en el campo político, artístico, intelectual o solo social, estas librepensadoras se organizaron en círculos. Las mujeres progresistas de la burguesía se liberaron de las convenciones, ampliaron de manera ambiciosa su campo de acción y apostaron por su intelecto. Supieron entender el espíritu de su época y aprovecharon esta oportunidad. Lo que nació entonces fue el arquetipo de la red social: el salón vienés.
Una salonnière era más que una anfitriona y tenía otras cosas que hacer además de preparar una serie de platos. Se trataba por el contrario de organizar una lista de invitados para crear un menú sabroso y nutritivo, picante pero digerible. El elemento base era el ingenio, las especias eran los escándalos, los líos amorosos, las tácticas políticas y, sobre todo, el arte. Y por encima de todo había siempre un delicado toque de erotismo. Se hablaba de ello y se cuestionaba la moral. Una de las que era tema frecuente de conversación fue Alma Schindler, con el apellido de casada primero Mahler, luego Gropius y Werfel (más detalles de la vida escandalosa de Alma en el recuadro). Pero también el liberalismo de esta época tenía sus límites: el caso de Lina Loos (1882-1950), la esposa del arquitecto que inició una relación con un chico de 18 años hijo de una amiga suya, no solo terminó con el suicidio del joven sino con la exclusión temporal de Lina de la sociedad. Pero finalmente fueron exactamente estos dramas los que sacudieron los cimientos de estas ideas anquilosadas.
Por el contrario, en el salón de la princesa Nora Fugger (1864-1945) todo se movía dentro del marco de su posición social. Esposa de un chambelán imperial, sus contactos se limitaban al mundo de la aristocracia y su libro “En el esplendor de la época imperial” está considerado hoy en día una obra estándar para los interesados en la vida cortesana.
La Zuckerkandl y su diván
Pero la corte, durante mucho tiempo el único creador de tendencias sociales, tenía ahora una poderosa competencia en los salones políticos y artísticos. Una de las principales salonnières vienesas del fin de siècle fue Berta Zuckerkandl (1864-1945). Su salón estaba situado a partir del año 1917 en el Palacio Lieben-Auspitz, junto al Burgtheater. Aquí se encuentra en la actualidad el Café Landtmann. Por lo general la Zuckerkandl estaba sentada en su largo diván rodeada de jóvenes pintores, poetas y músicos. Elocuente, carismática y llena de ambición, amplió cada vez más su influencia. Participó decisivamente en la fundación de la Secesión y no era una de las que se conformaba con mover los hilos desde el segundo plano. Era demasiado llamativa como para jugar el papel de eminencia gris. Con toda la malicia, su “archienemigo“ Karl Kraus la calificó de “charlatana cultural“.
En los últimos años se comprometió con el pacifismo y trabajó como columnista de política exterior desde la emigración. En este sentido, tanto entonces como ahora se diferencian las aspiraciones emancipatorias de las mujeres. ¿Se trata de la voluntad de cambiar la sociedad o solo de una mejora de la situación personal?
Una nueva autoconfianza en la vida laboral
Entre las pioneras de la Viena de finales del siglo XIX que escogieron el arte como profesión se encontraban muchas judías, como por ejemplo las pintoras Tina Blau (1845-1916), Broncia Koller-Pinell (1863-1934), Marie-Louise von Motesiczky (1906-1996) o las ceramistas Vally Wieselthier (1895-1945) y Susi Singer (1891-1965).
También la fotógrafa Trude Fleischmann (1895-1990) inició con firmeza su carrera en un ámbito dominado por los hombres.
Aunque las mujeres eran toleradas como retratistas, cuando se trataba de fotografiar el cuerpo desnudo ya era otra cosa. Fleischmann no dudó en provocar un escándalo. La guerra le quitó la base de su existencia pero levantó la cabeza y creó un nuevo estudio en Manhattan. Todavía hoy en día sus imágenes se encuentran en los principales museos del mundo. También la bailarina Grete Wiesenthal (1885-1970), formada en la Ópera de la Corte, quería conseguir más de lo que le permitía la sociedad. Para poner en práctica sus ideas artísticas de manera categórica fundó una escuela de ballet propia.
Aún más centrada en su propio éxito estaba la actriz vienesa Hedy Kiesler (1914-2000), que hizo carrera en los Estados Unidos bajo el nombre de Hedy Lamarr. Era considerada la mujer más guapa del mundo y se convirtió (antes de la Monroe) en diosa del cine, icono de estilo y chica de portada.
La entrada en Hollywood la consiguió gracias a un escándalo: una escena con Lamarr desnuda y un orgasmo insinuado en la película “Éxtasis” alarmó a la censura alemana. Del hecho de que Lamarr tenía algo más que ofrecer que un cuerpo glamoroso se enteró el gran público mucho más tarde. Junto con un compañero, inventó un sistema de control remoto para torpedos y desarrolló una patente que todavía hoy se utiliza en la tecnología Bluetooth. De hecho, este invento nació por un deseo de venganza personal, ya que su primer marido (un traficante de armas que trabajaba para los nazis) la había mantenido presa durante años como si fuera una esclava.
También la diseñadora de moda Emilie Flöge (1874-1952) era una mujer independiente. Esta exitosa empresaria era la propietaria, junto con sus hermanas, de un próspero salón de alta costura, para el cual llegaron a trabajar hasta 80 costureras. Como diseñadora creaba sus propias colecciones y realizó diseños de los Talleres Vieneses.
Y sin embargo la recordamos en su papel de compañera sentimental del pintor Gustav Klimt. Y eso que ella y muchas otras mujeres de la Viena del 1900 hicieron lo posible por salir de la sombra de sus hombres. No fue poco lo que consiguieron, por ejemplo influir de manera duradera en la emancipación de la mujer hasta nuestros días.
Tuvo que conformarse con el apodo. El compositor Gustav Mahler (1860-1911) dejó ya muy claro antes de la boda (en una carta de más de 20 páginas) que la joven de 19 años Alma Schindler (1879-1964) tenía que vivir para él a partir de aquel momento y renunciar a sus propios derechos. Y eso que Alma también componía, y nada mal por cierto. Pero eso a él no le interesaba. Ella lo aceptó hasta que… bueno, hasta que se cruzó con otro genio. ¿Se enamoró del arte o del artista? Esta cuestión es motivo de controversia entre sus biógrafos hasta el presente. Lo que es cierto es que la lista de sus amantes y maridos es igual de impresionante que el talento indiscutible de estos. Estimulado por la musa Alma, salía el genio a la luz. El pintor Kokoschka, el arquitecto Gropius, el mucho más joven escritor Franz Werfel. Alma los sobrevivió a todos y los describió (a veces de manera despiadada) en sus memorias. Reveló sus carencias físicas y debilidades humanas y ni siquiera se cortó a la hora de hacer estúpidos comentarios de tipo racista. Sus crecientes simpatías por el nacionalsocialismo revelaron finalmente su propia imagen. Tras la fachada de una musa sacrificada apareció el carácter de una mujer promiscua, mezquina y dominada por la ambición. Alma Mahler (así volvió a llamarse al final) falleció el 11 de diciembre de 1964 en Nueva York y fue enterrada en Viena en el cementerio del barrio de Grinzing.